Habitualmente, este género de imágenes oníricas de destrucción, se conectan con dos fuentes distintas (muy próximas entre sí): (1) Experimentar una grave amenaza de desintegración de la estructura del Yo, y/o, (2), una elevada capacidad para conectar con la energía de la Madre Naturaleza, tan amenazada en la hora actual por los hábitos de consumo de nuestra civilización; en este último sentido, es frecuente que este tipo de sueño sea de carácter predictivo.
La proximidad de las dos fuentes de la cual emergen estas imágenes, emana de la estructura de personalidad del Yo del o la soñante; a saber; una personalidad intuitiva, sensitiva y, muy a menudo, muy frágil.
Aquí me referiré al caso cuando el desastre se asocia con la percepción del soñante de una amenaza (exterior o interior) de desintegración yoica. Esta circunstancia es siempre motivo de una exploración más profunda y sería saludable que esta clase de sueños motivara a la búsqueda de ayuda psicoterapéutica profesional.
La imagen de un desastre natural onírico, señala las características del riesgo dentro del cual el Yo se siente agobiado/asediado; además, el Yo se siente incapaz de controlar los eventos externos consecuentes (o causantes) de tal agobio.
Siempre en términos muy generales: una inundación, se asocia con una pérdida del control sobre la propia respuesta emocional y afectiva, un “estar desbordad@”; una ola gigantesca tipo tsunami, se asocia con conflictos afectivos muy arcaicos, probablemente disociados del árbol genealógico y que irrumpen en la vida de una persona de un modo imperioso; el fuego descontrolado y, por ende, destructivo, se asocia con ira impulsiva contenida, con procesos corporales que generan fiebre e inflamación y con una muy secreta necesidad apenas refrenable de conducir el proyecto vital hasta las cenizas, un “estar quemad@”; un terremoto onírico, se asocia con la experiencia que los valores, creencias y principios sobre las que se basan las relaciones sociales del soñante, se revelan frágiles, inciertas; es un evento que sacude, que equivale a un “remezón existencial”; y un huracán onírico, se conecta con la propia necesidad secreta de “barrer” , “arrasar”, con aquello que produce dolor e insatisfacción.
Al tratarse de fenómenos violentos, indiferenciados, señalan el riesgo de destruir al Yo, sin posibilidad de rescate de los elementos sanos y buenos, arrasando con la confianza, la esperanza, que son los factores básicos para la re-integración del Yo quebrado, y recuperar (o construir) la capacidad de evitar el dolor inútil y de integrar a la identidad el dolor del infortunio inevitable.
Cuando los núcleos sanos de la personalidad se ponen en marcha, las imágenes oníricas movilizadas son las de después de un gran desastre.
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