¿Cómo es que no podemos dejar de preocuparnos a la hora de dormir?
Es ampliamente conocido y aceptado que las mujeres tenemos un mundo afectivo lleno de matices e intensidades diversas. Cuando hemos estado sometidas a experiencias de carácter traumático, la regulación interna de nuestro rico mundo de afectos y emociones se puede ver profundamente alterada. Al cabo, es frecuente que esta alteración anímica se traduzca en dificultad para entregarnos al sueño, pues el dormir implica desconexión de la realidad externa e interna.
Ir a dormir es entregarnos al sueño, soltarnos al descanso, abandonarnos en el sosiego. Incluso se dice “irse a los brazos de Morfeo[1]” o “abrazarse al sueño” o “es hora de irse a la cama”. Fijaros que son todas expresiones próximas a las usadas para referirse a la entrega en el amor hacia otra persona.
Es natural que si en nuestra historia vital el darnos, soltarnos, entregarnos al amor, han tenido capítulos desgraciados, nuestra capacidad de volver a confiar y abandonarnos esté lesionada.
No obstante, recuperar nuestra capacidad de abandono en el dormir es recuperar la parte de nosotras que tiene que ver con la confianza y el gobierno de sí misma.
Por esto, es importante ponernos serias y hacer algo para recuperar el regalo que la naturaleza nos ofrece cada noche para desconectar. Desconectar del mundo y de nosotras mismas.
Unos 15-20 minutos antes de irnos a la cama hacer los mismos gestos. Por ejemplo: una breve ducha tibia, beber una tizana, una vaso de leche, lavarse los dientes, una lectura, encender una vela, unos minutos de música suave. Meternos en la cama, estirarnos, recordar algo bueno que se pueda rescatar del día y relajarnos, centrándonos en la respiración y soltando la tensión de nuestro cuerpo.
Si tras 30 minutos en la cama el sueño no se constela en nuestro cerebro. Levantarse, salir de la habitación. Buscar un sitio donde sentarnos, coger un boli, una libreta y anotar todo aquello que nos preocupa (miedos, cosas pendientes, esperanzas, rabias, etc..) y decirnos: “al despertar, me ocuparéde estas cosas que son importantes para mi. Necesito dedicarles tiempo y energía”.
Volver a respirar lenta y profundamente o hacer el ejercicio de tensión/relajación y volver a la cama. Si los pensamientos vuelven, decirse a sí misma: “Tranquila, mañana prestaré atención a este asunto. Ahora, me toca dormir”…
Si tras 30 minutos el sueño no se constela. Repetir la secuencia anterior: salir habitación, volver a anotar inquietudes, etc… LA IDEA BÁSICA ES NO ESTAR INSOMNE DENTRO DE LA HABITACIÓN.
Al día siguiente, al despertar, estira tu cuerpo con ganas, antes de salir de la cama, felicítate por las horas que has conseguido dormir.
Y muy importante: ENCUENTRA DURANTE EL DÍA UN TIEMPO PARA OCUPARTE DE LO QUE ESCRIBISTE EN TU LIBRETA DE NOCHE. ES UNA FORMA DE AUTORESPETO, DE TOMARTE EN SERIO A TI MISMA.
Así educas a tu cerebro a que hay horas distintas para tareas diferentes; no obstante, todo tiene su espacio y su hora. Recordad las sabias palabras del Eclesiatés 3:1-8, y dejad que entren como un latido a vuestro cuerpo:
Hay un tiempo para cada cosa
y todo lo que hacemos bajo el sol tiene su hora.
Hay un tiempo para nacer y otro para morir;
uno para plantar y otro para recoger.
Hay un tiempo para herir y otro para curar;
uno para destruir y otro para edificar.
Hay un tiempo para llorar y otro para reír;
uno para gemir y otro para bailar.
Hay un tiempo para lanzar piedras y otro para recogerlas;
uno para abrazarse y otro para separarse.
Hay un tiempo para ganar y otro para perder;
uno para retener y otro para desechar.
Hay un tiempo para rasgar y otro para coser;
uno para callar y otro para hablar;
hay un tiempo para amar y otro para odiar;
uno para la guerra y otro para la paz.
Os recomiendo que intentéis memorizar esta estrofa (o su concepto) y cuando estéis tendidas en la cama, ayudad a vuestra química cerebral a constelar el momento del sueño repitiendo los versos, dando paso al peso de su magnífica y sencilla sustancia…
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