La Herida de lo Femenino. Su Expresión en la Mujer

por | Sep 21, 2012 | Apuntes | 0 Comentarios

Nuestra sociedad está socialmente organizada dentro de los límites del patriarcado y, económicamente, en el neoliberalismo.

 

Esto se traduce en tres fundamentos: (1) el desarrollo ad infinitum de la tecnocracia y el bienestar; (2) el juego virtual de las finanzas a niveles macroeconómicos; y (3), la conservación del equilibrio institucional con la concentración del poder de las macroestructuras en pocas manos; ellas aseguran la estabilidad de este entramado.

 

En este contexto, lo femenino, apenas tiene espacio en aquellas estructuras de poder.

 

Lo femenino a lo que me refiero, es la forma de relación con la naturaleza, con los semejantes y con el propio cuerpo en base a la cooperación, la equidad y el respeto. En este sentido, lo femenino está más allá de ser mujer o de ser hombre.

 

No obstante, la herida corporal, psicológica y espiritual que conlleva el patriarcado hacia lo femenino está, naturalmente, encarnada en las mujeres y en los individuos débiles en cada sociedad, a lo largo de la historia.

 

La lucha feminista y el impulso hacia la igualdad entre los sexos es un paso importante en el desarrollo de nuestra civilización. Ahora, conseguidos a medias estos objetivos y apoyando las iniciativas en esta dirección, cabe también comenzar a preguntarse ¿qué poder queremos las mujeres y para qué?

 

Es muy ingenuo esperar que alcanzando las mujeres el mismo poder que los varones, se conseguiría cambiar las estructuras abstractas de poder financiero y tecnócrata que subordinan, a la hora actual, las relaciones de todos los seres humanos entre sí y con la naturaleza.

 

El poder del patriarcado es una máquina poderosa y nadie se aproxima a él sin ser abducido, al menos, en alguna medida. Y, para ello, no hay que ser director de un consorcio industrial, basta con revisar las formas en que ejercemos nuestro poder en nuestro entorno, dado que el ego de cada cual, tiende a inflamarse con poco. Y así es como podemos encontrar a una buena señora, con apenas capacidad para moverse, tiranizando a todos su alrededor.

 

Por esto vale la pena el esfuerzo de conocer nuestras convicciones ocultas al respecto. Es cierto que es extremadamente difícil que podamos cambiar nuestra mentalidad, pero podemos ampliarla, revisarla y recrearla.

 

¿Cómo usamos (o no) nuestro poder?

 

Sacar a la luz lo que está oculto y poner nombre a lo que nos perturba son los primeros pasos hacia el auto-gobierno y el encuentro con nuestro poder para desear, disfrutar, imaginar, actuar…  Por cierto, auto-gobierno es una palabra me gusta mucho más que la horrible castellanización de empowerment, traducida como empoderamiento.

 

Todas llevamos en nuestra memoria corporal e inconsciente, el dolor de la herida del desprecio hacia lo femenino con sus miles formas de abuso: desde las brutales violación, maltrato físico y psicólogico a los sutiles “ninguneos” dentro de relaciones con vínculos estrechos.

 

En estos tiempos que corren en nuestra sociedad europea-occidental, la tiranía machista va en retroceso (menos rápido de lo que todas quisiéramos y solo gracias al esfuerzo que haga cada una); y, simultáneamente, ha surgido en la mentalidad femenina una suerte de “sindrome Estocolmo2 , de tal forma que se ha integrado a la identidad de mujer la voz que silencia, descalifica y agrede, siendo nosotras mismas quienes nos sometemos a nuevas tiranías (moda, juventud, comprar, ascender, saber, etc.); tiranías que nos pasan desapercibidas dado que estamos más alertas al mal que nos viene de afuera, que para el que nos viene de adentro.

 

Es más difícil hacer consciente el dolor por los miles de años de represión y utilización de lo femenino en aquellas mujeres que eligen recordar solo sus buenas relaciones pasadas y/o la sobre-identificación con los valores patriarcales.

 

No obstante, hay que tener presente que más allá de nuestros padre y madre biológicos, todas tenemos un padre cultural patriarcal con filosofía judeo-cristina y, paradójicamente, muy pero que muy materialista.

 

Son manifestación de herida o desconexión con lo femenino, el rechazo manifiesto o implícito a la corporalidad, al contacto y a la capacidad de hacer. Revisemos más de cerca algunas áreas donde se manifiesta esta herida en una mujer.

 

Rechazo del cuerpo en general: por su peso, su forma; ignorar señales de necesidad de atención y cuidado; avergonzarse y ocultar funciones corporales naturales; también, experimentar vergüenza al exponerse públicamente en una opinión o baile o dibujo; todas las formas de abuso de sustancias legales e ilegales incluido el alcohol, el tabaco –especialmente si está contraindicado por la existencia de una dolencia crónica o aguda-. Se incluye el no realizar los ejercicios vaginales[1] y exámenes pechos regulares indicados por ginecólogo; Cargar sobrepeso a la hora de la compra como si fuéramos asnos…

 

Rechazo en el área del sexo: presencia de anorgasmia[2], dispareunia[3], falta de apetito sexual; avergonzarse de tus genitales (juzgarlos como feos, negarse a mirarlos y explorarlos); no poder dar un nombre a los genitales femeninos y/o masculinos; rechazar la masturbación propia por negarse al placer. Valorar negativamente alguna de estas fases del ciclo vital de la mujer: la regla, el embarazo, la lactancia materna, la menopausia.

 

Rechazos en el área de la apariencia: Avergonzarse de envejecer (arrugas, manchas, pérdida de musculatura); luchar compulsivamente por parecer joven. Someterse a una dieta permanente combinado con un abandono permanente de la dieta que se traduce en comer y beber con culpa. Someterse a entrenamiento físico excesivo o pasar de todo ejercicio físico regular (aun del simple y sano caminar). Gasto excesivo en ropa, cosméticos o sufrir desproporcionadamente  por no poder hacerlo.

 

Rechazo en el área de lo Intelectual: Auto-desprecio de las propias capacidades. Fijarse objetivos e incapacidad de concentración para dirigirse a ellos. Tendencia a aburrirse, sentir que no tiene nada que hacer. Desconocer los propios gustos y talentos.

 

Vivencia de rechazo en el área social: Sentir como una amenaza los logros y los bienes de otros. Continua comparación con otro(a)s. Cotillear hasta el desprecio y la injuria. Ser capaz de ver un programa de cotilleo sin morir de asco. Conflictos recurrentes con otras mujeres. Tendencia competir con mujeres percibidas como de igual status. Tendencia a mentir acerca de tus motivos porque parece que los motivos propios no te justifican ante terceros. Tendencia a controlar (o dejar que te controlen) en base a la culpa. Episodios de mobbing laboral[4] (como víctima o victimaria).

 

Rechazo en el área de la actividad: No dar con el punto de tu necesidad de holgazanería o actividad y lo que decidas con una dosis de culpa. Hacer cosas que no quieres hacer por obligación o por quedar bien. Iniciar cosas solo en la medida en que parezcan “producir algo”. Grave dificultad para vivir el tiempo de ocio.

 

Rechazo en el área de la pareja: Conflictos recurrentes por tu tendencia a competir y llevar razón. Rencor y manifestaciones de ira profunda apenas algo no funciona como esperabas. Tendencia a descalificar a los hombres por ser hombres. Tendencia a la posesividad y al control del otro.

 

Rechazo a la muerte: Temor compulsivo a la muerte (la propia o la de otros); incapacidad para elaborar duelos. Negación de la propia muerte. Evitación de asuntos que evoquen la muerte. Considerar que la vida, la enfermedad y la muerte son asuntos médicos mayormente.

 

Rechazo a la dimensión del espíritu: Sensación de que tienes algo pendiente. Añoranza de algo persistente e indefinido que sueles ignorar.

 

 

Esta lista rápida de emociones, sensaciones y conductas podría servirte para empezar a conectar con tus propios mecanismos de abuso, negación y tiranía, que son los obstáculos a tu deseo, imaginación y creatividad. En otras palabras, al poder de lo femenino.

 

Me encanta esta mujer , que con todo su volumen se equilibra con gracia sobre la cuerda de la vida, por donde todas transitamos.

 

Fernando Botero (Colombia) El circo.

Detalle: Mujer equilibrista con medias rojas

Gracias por tu atención, Mª Antonia Vargas Truyol



1 Frida Khalo (México), Columna rota; detalle del rostro (1944). Se dice que Frida padecía Fibromialgia, una enfermedad común en el cual una persona tiene dolor prolongado en todo el cuerpo y sensibilidad en las articulaciones, los músculos, los tendones y otros tejidos blandos. Es más común entre las mujeres de 20 a 50 años. Este dolor corporal es el que Frida representaría en muchas de sus pinturas.

2 El síndrome de Estocolmo es una reacción psíquica en la cual la víctima de un secuestro, o persona retenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con quien la ha secuestrado. En ocasiones, dichas personas secuestradas pueden acabar ayudando a sus captores a alcanzar sus fines . Paulo Freire (educador y teólogo brasilero), en su clásico libro Pedagogía del Oprimido creó, a principio de los 60, el concepto de poder personal y colectivo de las clases desfavorecidas como camino de liberación; allí, describió la identificación del sujeto sin poder con su opresor como una forma de sentirse con poder. Curiosamente, es en este contexto donde tiene sus raíces el muy a la moda hoy, empoderamiento.

[1] Los llamados ejercicios de Kegel se idearon para controlar la incontinencia urinaria de la mujer tras el parto. El propósito de los ejercicios es fortalecer los músculos de la zona pélvica y mejorar la función del esfínter uretral o rectal. La práctica disciplinada de este ejercicio da buenos resultados a la hora de conseguir mayor placer sexual.

[2] La anorgasmia, es la inhibición recurrente y persistente del orgasmo. Junto a la falta de deseo sexual, son las disfunciones sexuales más comunes en la mujer.

[3] La dispareunia, es la relación sexual dolorosa.

[4] En el mobbing laboral, una persona o un grupo de personas, ejercen una violencia psicológica, de forma continuada y prolongada en el tiempo, hacia una misma persona en su lugar de trabajo; ello, con el objeto de desestructurarla psicológicamente y que, por contraste, gane “poder” el acosador.

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