Cualquiera puede sentir rabia, eso es fácil.
Pero sentir rabia por la persona correcta,
en el momento correcto
y por un propósito noble, no es fácil.
Aristóteles (filósofo romano, s. III a. de C.)
El objetivo de los pequeños apuntes del taller es explorar en la naturaleza de algunas de nuestras creencias y comportamientos. Muchos de ellos habitualmente son invisibles a nuestra consciencia; el hacerlos visibles amplia nuestro horizonte experiencial.
Las emociones y afectos humanos son los instrumentos para distinguir la cualidad de la experiencia vivida. No son ni buenas ni malas, son la vida que fluye dinámica y espontánea. Lo perverso surge cuando una persona se queda bloqueada en una reacción emocional o en un afecto, incapaz de extraer el potencial de movimiento de ellos.
El tema de hoy desafía nuestra moral judeo-cristiana, apenas visible bajo nuestras creencias conscientes. Es así como es habitual que nos consideremos moralmente buenas por algunas de estas perlas:
- ponemos la otra mejilla,
- nos resignamos ante nuestra suerte,
- evitamos los conflictos,
- consideramos la capacidad de perdonar como una cualidad suprema,
- aceptamos agravios en nombre del amor,
- ignoramos injusticias de la que somos protagonistas por considerar que el destino (¿dios?) le otorgará tanto a nosotras como al malvado(a), a cada uno su merecido,
- soñamos que centrándonos en la positividad (¿rezando?) encontraremos (¿seremos bendecidas con?) la solución,
- nos exigimos “poder-con-y-contra-todo” pues esperamos que nos será reconocido, o devuelto con creces, por el destino (¿o en otra vida?)…
Por esto no es extraño que en una relación de amor pasen, de promedio, 6 años entre la primera cachetada y la necesidad de dar término a esa relación de maltrato físico y emocional; otros tantos años se necesitan para que la víctima de mobbing ponga nombre a su situación; a veces, se necesitan años y quiebres en la salud o en el equilibrio psicológico, para reconocer que estamos atrapadas dentro de vínculos donde somos invisibles; a veces, puede pasar una vida completa…
Hoy nos centraremos en el afecto más racional de todos: La venganza.
En México, se llama “la venganza de Moctezuma”[1] a la diarrea contraída por el turista que llega a México. Un castigo impuesto a todo extranjero visitante a causa de la deuda contraída con los antiguos habitantes de aquella tierra masacrada.
La reacción de venganza nace de la experiencia de la necesidad de resarcirse tras un daño inflingido. Este daño activa un dolor iracundo en el ofendido que necesita recuperar el equilibrio anterior a la ofensa.
La palabra nos sugiere un acto justiciero de carácter personalista, que se tiñe de revanchismo, de desequilibrio entre la falta inflingida y su consecuencia, un desquite que se sumerge en lo cruel. Es como si el acto vengativo acabara invirtiendo los papeles: el vengador (la víctima en el primer momento), una vez que se toma su ajuste de cuentas pasa a ser victimario; y el primer victimario pasa a ocupar el sitio de víctima.
En las culturas primarias., la venganza, es un deber tribal hacia los ultrajados; su objetivo es fomentar el respeto a la familia, al clan, a la tribu, a la nación. En ese contexto, es un tercero el que tiene el deber de vengar al ofendido. En esta constelación caben las venganzas por honor mancillado, antaño características de los pueblos mediterráneos.
El gran peligro de la venganza es su poder destructivo una vez que se entra en la espiral de la venganza; espiral que se muestra incapaz de frenar y/o disuadir al agresor, sino que retroalimenta reacciones vengativas que fundamentan la siguiente reacción vengativa. Es así como ofensor y ofendido pasan alternativamente de víctima a victimario.
Este mecanismo es el que dio pasó a la necesidad de instaurar mecanismos como la ley y los sistemas judiciales; estructuras sociales racionales, destinadas a encontrar el punto de equilibrio entre la necesidad de ajuste entre el daño inflingido, el deseo de venganza de la victima, el castigo al agresor, el resarcimiento y la reparación del agravio, ofensa, ultraje o crimen del afectado.[2]
En el mismo foco experiencial nacen venganza y justicia como demuestran los análisis del origen de ambas palabras. Se ha dicho que el sentido de la justicia es el de canalizar la venganza, con el menor número de víctimas posible; es decir, constelar una “venganza justa, donde el criminal pague su deuda con la sociedad”; de este modo, la ofensa a un individuo pasa a ser agravio al grupo, acto que busca promover la paz social.
[1] Moctezuma Xocoyotzin, era el gobernante de la ciudad Mexica al arribo de los españoles, en 1519.
[2] Uno de los primeros intentos de justicia racional es la llamada Ley del Talión, que se resume en la sentencia “ojo por ojo, diente por diente”.
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