Hay que recordar que bajo la envidia está el monstruo que se nutre de:
- La convicción de inferioridad e inseguridad.
- El error cognitivo de evaluarse a sí mismo por comparación con logro de otros.
- Asociar las limitaciones personales como marcas de escaso valor social.
- Asociar el estado de infelicidad personal a determinadas carencias.
- Severa dificultad para apreciar lo que se posee.
- Una falta de compromiso y responsabilidad con la propia vida: Pendientes de la vida de otros, no se asume la propia.
Claves para danzar con arte con el monstruo de la envidia:
- Vuelca la mirada hacia ti.
- Acepta que sientes envidia. Dale la bienvenida y respira profundamente.
- Focaliza la pregunta: ¿qué estoy perdiendo cuando a … le va bien en… ?.
- Recuerda que, para ti, el único punto de referencia de superación legítima, eres tu misma. No necesitas compararte con nadie más.
- Aprecia el valor de tu vida con toda su imperfección.
- Date tiempo para explorar en las carencias que te ha movilizado la envidia vivida: ¿Hay algo que puedes hacer por ti al respecto?
¿Qué te impide hacerlo?
- Recuerda dar gracias por estar viva.
- Alégrate de lo que tienes. Recuerda que dentro de cada obstáculo hay algo propio que descubrir.
- Redescubre día a día lo que te rodea: las personas, el paisaje, las pequeñas cosas que te hacen más fácil la vida…
Más allá de lo que digan eufemismos de moda, la envidia nunca es sana. Es verdad que a partir de ella una persona se puede movilizar para obtener lo mismo que tiene otro. Es decir, usa su pena/rencorosa para alcanzar cosas que supone hacen felices a otros y que supone le harían feliz a ella.
No obstante, esta forma de dirigir el esfuerzo imitando el logro de otros, además de revelar un gran auto-desconocimiento, no garantiza la satisfacción interna, el contento de haber logrado algo. El contento que llena de contenido interno, que es el único remedio contra la envidia.
Alguien insistirá que “su” envidia es sana; es decir, que “¿envidia a medias?”: Siente la pena de su propia carencia, pero no el deseo de destruirlo en otro. Lo que con palabras directas sería algo como: “siento pena de mí cuando veo tu contento (no te asustes, no quiero hacerte daño; solo quiero sentir pena por mi)”.
Las palabras existen porque significan algo:
- Si percibes que un logro ajeno amenaza tu integridad y quieres destruirlo para alejar la causa que percibes como fuente de sufrimiento, llámalo “envidia”.
- Si admiras a alguien, exprésale algo como “te admiro”;
- Si sientes alegría que el otro tal, pues dile un “me alegro por ti”;
- Si percibes que las acciones del otro le atraen un beneficio del que personalmente careces y necesitas, pues se dice algo que se parezca a “veo que te va bien; voy a imitarte, eres mi modelo”, “tu si que sabes”;
- Si percibes al otro satisfecho o presumido y no te importa nada, pues no le digas nada si no apetece.
En lo íntimo lo que está sintiendo la envidioso “sano” es algo como: «no tengo ni pajolera idea de qué deseo para mi ni menos de quien soy, parece que tu sabes quien eres, te veo a gusto; esto me hace verte mejor que yo, me hace daño conocer tu bienestar pues veo en él reflejado mi insatisfacción; pero voy a transformar este dolor en acción, imitándote para sentirme bien en mil piel…»
¿Esto es sano hasta qué punto? Bueno, al menos cabe que no boicotee explícitamente al envidiado… (aunque sierre queda la puerta abierta para que este envidioso sano boicotee, inconscientemente, a quien tan sanamente envidia… lamentablemente, esto es muy habitual.
Mi idea al escribir este documento era re-cargar la palabra envidia con el contenido trágico que contiene, para que aprendamos a reconocerla, nombrarla, valorarla, respetarla y aprender con ella.
La envidia no es un asunto que se zanja de una vez y definitivamente. Vivimos en un mundo lleno de injusticia y desequilibrio y es fácil encontrarnos en un contexto donde este afecto arcaico y terrible despierte, amargando nuestras jornadas e invitándonos a escuchar nuestras carencias internas.
Más aún -parafraseando a Krishnamurti-, hace siglos que nuestra estructura religiosa, nuestras maneras de pensar, nuestra vida social, todo lo que hacemos se basa en el afán adquisitivo, habitamos en una perspectiva envidiosa. Estamos tan condicionados a esto, que casi «no podemos separar la idea de «lo mejor», con la idea de «más».
Muchas gracias,
Mª Antonia Vargas Truyol
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